Según me disponía a escribir esta columna, la editora Eva Serrano escribía en sus redes que «lo del cambio de hora es una de esas crueldades a las que nos hemos acostumbrado sin oponer resistencia». Esa mañana yo había tardado un buen rato en entender que nos habían hecho otra vez la jugarreta de todos los años. El móvil y el ordenador cambian de hora solos, sin que uno se percate de ellos. Es en la rareza de haberse despertado una hora más pronto con frescura que uno empieza a registrar los primeros indicios de un cambio, que termina por confirmarse cuando observa el reloj de la pared de la cocina, el del viejo horno y el del coche, todos ellos una hora adelantados, como si una mano invisible los hubiera manipulado en una broma de mal gusto. De repente nuestra vida diurna sufre un hachazo violento, los atardeceres, que cedían a la noche poco a poco, cinco o diez minutos cada día, acostumbrándonos con suavidad al cambio de las estaciones, se trasladan a otro lugar de la jornada, y nos imponen la noche sin estar aún preparados para recibirla tan pronto.

Recuerdo que hace unos años se corrió el falso rumor de que se iba a dejar de aplicar esta medida que siempre he vivido no sólo como un incordio, sino como una agresión que violenta nuestro reloj biológico, y al hacerlo nos recuerda hasta qué punto el huso horario no es más que un invento de la modernidad para sincronizar al rebaño de hombres, hacernos vivir en la conciencia de un tiempo compartido e igual para todos, con el que estructurar nuestras rutinas, ir a la misma hora a la escuela y la oficina, salir todos a la vez, y hacernos así productivos, tasados y medidos por la misma vara. Como si el tiempo se pudiera medir con el reloj, como si algunas horas no fueran más largas y otras, sin embargo, fugaces. Si pudiera hacer un reloj a mi medida, los lunes no se parecerían a los domingos, ni los agostos a los febreros, ni los días de asombro y felicidad, a aquellos en que todo da igual.

Querría proponer a mis lectoras y lectores que nos rebeláramos contra esta práctica cruel del cambio horario, ya que pedir la emancipación total del huso horario parece una utopía. Resistámonos todos el año que viene, no volvamos a permitir este abuso, escalemos las torres de las iglesias y las fachadas de los ayuntamientos para devolver la hora a su sitio, que es la que marca la sombra que el sol proyecta.