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En la bulliciosa ruta del tapeo de Huertas, donde el bullicio de la ciudad se mezcla con los aromas de la cocina castiza, hay un local que brilla con luz propia desde hace casi cuatro décadas: la taberna Los Gatos. Fundada en 1987 por Miguel López, un hostelero llegado desde la Costa del Sol, este pequeño templo gastronómico nació en el local de una antigua mercería, "con un barril de cerveza y una lata de anchoas" y, con el paso de los años, se ha convertido en un auténtico icono de Madrid, tanto para locales como para visitantes de todo el mundo.
El secreto de Los Gatos está en su capacidad para fusionar la tradición más castiza con una atmósfera única y acogedora. Sus paredes, repletas de fotografías antiguas, camisetas de deportistas y objetos curiosos, cuentan historias de miles de clientes y de ilustres visitantes, entre ellos los mismísimos Rolling Stones. La legendaria banda británica convirtió este rincón en su parada obligada en la capital, seducidos por la autenticidad del lugar, la calidad de su cocina y la discreción que siempre ha caracterizado a la taberna.
"El tema de los Rolling Stones fue muy divertido, yo no pude vivirlo porque en esa época todavía no conocía a mi ex marido, el padre de Juan, quien regentaba Los Gatos por aquel entonces, pero sé que estuvieron a principios de los 90 y llamó muchísimo la atención”, cuenta Lola Creagh, actual dueña de la taberna. "Estuvieron todos, menos 'morritos Jagger', que se fue al Palace, y disfrutaron de lo lindo".
La familia López Creagh, hoy representada por Lola y su hijo Juan, ha sabido mantener el alma original del local. Aquí, la cerveza se tira con maestría y el vermut de grifo se sirve acompañado de una de las vitrinas de tostas más espectaculares de Madrid. Más de treinta variedades, desde las clásicas de boquerón, anchoa y salmón, hasta creaciones modernas con salazones, ibéricos y ahumados, deleitan a una clientela fiel y variopinta.
La carta de Los Gatos es un homenaje a la cocina tradicional madrileña: croquetas caseras, tortilla española, ensaladilla, pulpo, embutidos ibéricos y su famosa tosta de solomillo con queso de cabra. Todo preparado con ingredientes de primera calidad y servido en raciones generosas, en un ambiente donde la hospitalidad y la cercanía son la norma.
A Lola Creagh, lo que más le llama la atención es la relación que se crea entre los clientes de la taberna: "Me encanta que, durante muchos años, clientes que no se conocían de nada se conozcan en Los Gatos, porque al ser tan pequeño las mesas están muy unidas, y vuelvan de vacaciones juntos a pesar de ser de países diferentes; crear ese tipo de encuentros me da una satisfacción enorme", asegura.
La decoración, que evoluciona con el tiempo pero nunca pierde su esencia, convierte cada visita en un viaje al pasado reciente de Madrid. Aquí, las charlas animadas se mezclan con los recuerdos de noches míticas y encuentros inesperados. No es casualidad que políticos, deportistas y estrellas internacionales hayan hecho de Los Gatos su refugio predilecto, atraídos por la autenticidad y la privacidad que ofrece el local.
"Estamos en el triángulo del arte, cerca de los mejores museos, los grandes hoteles y el Congreso de los Diputados; en un barrio tan significativo como es el barrio de Las Letras ha pasado muchísima gente conocida, y la cantidad de anécdotas en 40 años de historia es inmensa", comenta.
"Mar Márquez celebró aquí uno de sus grandes triunfos porque su novia era cliente de Los Gatos, pero la gente empezó a reconocerle y el pobre se tuvo que marchar", recuerda Lola. "Hubo una época en que iban todos los toreros, luego los jugadores del Real Madrid, de baloncesto del Estudiantes... pero respetamos mucho su intimidad y no nos gusta tener sus fotos colgadas de las paredes".
En un Madrid donde las modas van y vienen, Los Gatos sigue siendo ese lugar donde el tiempo parece detenerse, donde cada caña y cada tapa cuentan una historia. Es, en definitiva, el rincón donde los Rolling Stones y tantos otros han encontrado la esencia de la ciudad: tradición, sabor, historia y, sobre todo, un ambiente genuino que solo puede ofrecer una taberna con alma.