Hacia la mitad de La sustancia, la película de terror corporal de la guionista y directora francesa Coralie Fargeat, que acapara una legión de buenas críticas, premios y nominaciones –y con la que Demi Moore (Nuevo México, EE. UU., 1962) podría conseguir su primera nominación al Oscar tras haber ganado el Globo de Oro–, hay un primer plano de ángulo bajo brillantemente iluminado del trasero desnudo de la actriz. «Es como, uf...», suspira. «Me revienta». Podría haber pedido que lo editaran, pero, por mucho que le disgustase –y, seamos honestas, a pocas mujeres les gustaría ver semejante imagen de su trasero en la gran pantalla–, no pidió ningún retoque, «porque sabía que estaba al servicio de algo que era más importante que yo», explica. «Sentía que cualquier dificultad o exposición de mis propias inseguridades valdría la pena si contribuía al avance del relato».
En el film, que ha hecho renacer cinematográficamente a Moore, esta interpreta a Elisabeth Sparkle, una actriz convertida en monitora de fitness televisiva que es despedida de su programa el día de su 50 cumpleaños y recurre a una sustancia neón que la convierte en una versión veinteañera de sí misma (interpretada por Margaret Qualley), lo que finalmente tiene resultados monstruosos. Ella sabía que el papel, con su desnudo integral y una iluminación poco favorecedora a propósito, la pondría a prueba, y eso era justamente lo que deseaba. «Fue algo increíblemente liberador entrar en ese contexto en el que me sentía tan vulnerable y expuesta emocional y físicamente», me confiesa, con su microchihuahua, Pilaf, durmiendo plácidamente la siesta a su lado en el sofá de su salón en Los Ángeles. «La película me dio la oportunidad de ver qué movía mi ego, dónde estaba cediendo mi poder, y me empujó a ser un poco más amable conmigo misma y a aceptar mejor mis defectos y mis virtudes».
Podría decirse que su carrera ha estado de alguna manera estrechamente ligada a su cuerpo. Saltó al estrellato con papeles apasionados en Ghost y Una proposición indecente, y su posado desnuda y embarazada de siete meses en la portada de agosto de 1991 de Vanity Fair fue todo un hito. Gracias a Striptease, se convirtió en la actriz mejor pagada de Hollywood, pero fue criticada por haber hecho retroceder a las mujeres al encarnar a una trabajadora sexual. Así que tomó la dirección contraria: se afeitó la cabeza y esculpió su musculatura para meterse en la piel de una militar en La teniente O’Neil. «Cambié mi físico varias veces a través de distintos papeles, y creo que los elegí, fuera consciente o no, por la oportunidad que me ofrecían de encontrar algo de paz interior y amor propio». Fuera de la pantalla, le dijeron que su cuerpo era un problema. Desarrolló un trastorno alimentario y pasó por periodos de ejercicio extenuante. «Me hice mucho daño cuando era más joven», reconoce. «El ejemplo perfecto es cuando me decían una y otra vez que adelgazara. En una ocasión, el productor me apartó. Fue humillante. Pero eso es sólo una parte de la historia. Interioricé aquello y me llevó a un lugar de tortura y dureza contra mí misma, de verdaderos comportamientos extremos, donde puse casi todo mi valor en que mi cuerpo fuera de una determinada manera...».
Cuando ya no era lo suficientemente joven para ser considerada sexy, pero seguía siendo demasiado explosiva para encajar en la imagen que tenía Hollywood de una madre, luchó por encontrar protagonistas dinámicos que la elevaran. «No sabían muy bien dónde ponerme, y no es algo que yo me inventara, sino que me lo transmitieron así», cuenta. Cuando leyó el guion de La sustancia, le impresionó todo lo que tenía que decir sobre los cánones de belleza imposibles, la invisibilidad de las mujeres mayores en una sociedad que valora por encima de todo la juventud, y la desesperación que sentimos al juzgarnos a nosotros mismos al compararnos con los demás. «Mientras estamos tan centradas en lo que no somos, nos perdemos la belleza de lo que somos», sentencia. «La cuestión es que hoy sí siento amor por mi cuerpo, pero se trata más bien de aprecio: ahora puedo valorar todo lo que él hace por mí, no sólo su aspecto. Y, cuanto más respeto las líneas del rabillo del ojo y cuanta más belleza encuentro en la vida que he vivido, más belleza tiene mi existencia».
Recuerdo que tu aparición en Los ángeles de Charlie: al límite en biquini a los 40 levantó una enorme expectación.
Pienso que no hubiera sido para tanto si no hubiese tenido una edad en la que, en aquel tiempo (2003), ya estaba decidido que tu aspecto debía ser horrible. Percibo que eso ha cambiado, y hoy resulta que tengo 62 años, y atravesamos un momento en el que debemos revaluar la deseabilidad de una mujer que ha pasado la menopausia. No es que me haya propuesto redefinir yo eso, sólo intento encontrar lo que es real y auténtico dentro de mí.
La sustancia fue uno de los acontecimientos cinematográficos de 2024, celebrada por la crítica y el público y con una gran cosecha de premios y nominaciones...
Para mí supuso una experiencia totalmente nueva. Nunca me habían incluido en esa conversación. Así que me siento muy agradecida, y al mismo tiempo me he mantenido siempre en la mesura, porque, en realidad, no sabía si una cinta como esa tendría éxito. Desde el punto de vista conceptual, era una locura. Por tanto, me situé en la maravillosa posición de desprenderme de cualquier expectativa y todo lo que ha ido sucediendo lo he recibido como un regalo añadido.
¿Qué nos puedes decir sobre el glamour de Hollywood?
La verdad es que es menor de lo que se puede imaginar. Me viene a la mente una escena del rodaje en la que me tenía que tumbar desnuda en un frío suelo de baldosas con Margaret Qualley cayendo encima de mí. Lo que aparece en pantalla es un breve instante frente a todo el día que pasé allí con ella, teniendo que desplomarme aguantando todo su peso una y otra vez.
¿Con el paso del tiempo has perdido cierta capacidad de asombro?
¡No! De hecho, me sorprende que aún pueda dedicarme a esto, que mi vida me haya llevado hasta aquí, que siga teniendo oportunidades de crecer. El otro día, Andy García me dijo: «¿No es increíble? Todavía estamos en el menú».
MAQUILLAJE: HOLLY SILIUS PARA BYREDO. PELUQUERÍA: GREGORY RUSSELL PARA PUREOLO GY. MANICURA: ERI ISHIZU PARA DIOR. ESCENOGRAFÍA: DIN MORRIS. PRODUCCIÓN: DANA BROCKMAN PARA VIEWFINDERS. NOTA DE BELLEZA: LA ACTRIZ LOGRA UNA PIEL RADIANTE CON EL COLORETE ‘DIOR ROUGE COLOUR & GLOW’, PARA LAS PESTAÑAS SE HA USADO EL ‘DIORSHOW MAXIMIZER 4D LASH PRIMER-SERUM Y EN LOS LABIOS EL ‘ROUGE DIOR’, TODO DE DIOR.