Querido universo:

El otro día estaba llorando en el coche y de pronto me desdoblé. Como si me viera desde fuera y me gritara a mí misma: ¿pero qué haces ahí, ahogada en drama, cuando aquí fuera es primavera?

Mira Universo, el coche es un sitio estupendo para llorar y yo tenía el cora roto porque no se me da bien dejar a novios a los que quiero. Yo sé que esto que te cuento es un escándalo: una mujer adulta admitiendo que tiene el corazón hecho papilla. Y es que la tristeza incomoda. Tanto que el otro día una seguidora me sugirió, muy preocupada ella, que me fuera a un retiro de Emaús. “Te veo muy mal”, me dijo. Pues poco mal me ves, pensé yo. Si vivieras en mi casa, me mandabas directa a Bali con billete de ida (lo estoy repitiendo tanto últimamente que espero que compute como manifestación suprema y lo tengas en cuenta, Universo).

El caso: la gente no sabe qué hacer con la tristeza. Te ven la cara de higo y empiezan a soltarte frases de Paulo Coelho, recolocarte los chacras o a ofrecerte una pepa (que es como llama mi hermana a las pastillas del psiquiatra). Yo no tengo nada en contra de las pepas, ni de los chacras y ni siquiera del señor Coelho. Una persona que dice “cuando quieres algo, el Universo entero conspira para ayudarte a conseguirlo” merece todos mis respetos (chssst!! billete a Bali, apunta). Pero sí creo que la mayoría no sabe sostener su propia pena, como para sostener la ajena.

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Lucía Be

Te quieren divertida, productiva, con buena cara. Y mira, yo soy graciosísima si me lo propongo, un ser de luz. Pero también tengo días de merde y otros de una apatía disparatada. Las cosas como son, aunque me lleven a Emaús a rastras.

El día de mi cumpleaños tuve uno de esos. Y como ya voy teniendo una edad, he aprendido que cuando te saltas las etapas y te cuelas por atajos, la tristeza acaba encontrándote igual, y además, suele hacerlo con más fuerza. Así que cancelé la celebración familiar escribiéndole a mi madre un “hoy no estoy pa fiestas” y me senté a mirar la tormenta de frente.

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Lucia Be

Cuando llega la ola, me siento un poco como esa australiana que se cruzó el mundo en velero con 16 años. Jessica Watson se llamaba. Vi un documental con mis hijos y, cuando parece que la va a engullir el mar, ahí sigue la tía. Y yo también. Sobreviví a la ola. Me pegué un revolcón de tristeza y cuando todo acabó, yo seguía tan viva como la australiana. Acabé mi cumpleaños en la playa, a carcajada limpia con mi mejor amigo. Puede que haya sido de los mejores cumpleaños que recuerde.

Así que sí: el cora bien, gracias. Pero no más olas por el momento, Universo. Dame tregua, que me lo he ganao.