Llevo más de siete años escribiendo esta columna. 88 meses en los que he buscado algo que contar sobre los libros. Los que leía todo el mundo (Mi año de descanso y relajación, de Ottessa Moshfegh). Los que se leen todos los años (La perla, de Steinbeck), pase lo que pase en la mesa de novedades. Los que fueron llama (Cien años de soledad, de García Márquez), cerilla (Nacida en domingo, de Gudrun de Mebs), o un pozo del que fue difícil salir (La nieta del señor Linh, de Philippe Claudel). Libros que empecé y abandoné (como Las uvas de la ira, de Steinbeck, que luego retomé y que se convirtió en uno de mis preferidos). Libros con los que he llorado ocho horas de vuelo (La hora violeta, de Sergio del Molino). O con los que me he hecho pis de la risa en una playa mexicana (Aventuras y desventuras de chico Centella, de Bill Bryson). Y libros que me hubiera gustado escribir (Teoría de la gravedad, de Leila Guerriero).

He hablado también sobre los momentos en los que leo. Cualquiera. Los lugares. Cualquiera. Y mi preferido: en la playa. ¿Cómo? Con una silla, por supuesto. He hablado de cómo enseñar a los niños a leer, de cómo aprender, del milagro de juntar letras, una tras otra, y construir todos esos mundos que nos pertenecen como lectores. He contado los principios que guardo como un tesoro, los finales que me hubiera gustado cambiar, los personajes que amo como si fueran mis amigos.

Cada mes, pienso que ya no tengo nada más que decir. Y, entonces, abro uno, como Yoga, de Carrère: «Ya que hay que empezar por alguna parte el relato de aquellos cuatro años en los que intenté escribir un librito risueño y sutil sobre el yoga, afronté cosas tan poco risueñas y sutiles como el terrorismo yihadista y la crisis de los refugiados, me sumergí en una depresión melancólica tan grande que tuvieron que internarme cuatro meses en el hospital Sainte-Anne, y perdí, por último, a mi editor, que por primera vez desde hace treinta y cinco años no leerá un libro que yo he escrito. Ya que hay que empezar, pues, por alguna parte, elijo la mañana de enero de 2015 en que, al cerrar mi bolsa, me pregunté si sería mejor llevar mi teléfono, del que de todas formas tendría que desprenderme allí, o dejarlo en casa». Y vuelta a empezar.


Headshot of Amaya Ascunce
Amaya Ascunce
Digital Director

Lleva más de 12 años dirigiendo y creando contenidos digitales en revistas de moda, belleza, cultura y estilo de vida. Los perfumes, leer y las películas del fin del mundo ocupan un alto porcentaje de su tiempo libre, cuando no está leyendo el móvil.  Estudió Periodismo en la Universidad de Navarra y ha publicado tres libros.