Algo está sucediendo con las mujeres ambiciosas que me rodean. Una amiga mía que su objetivo siempre había sido ascender en su trabajo en el sector del marketing – y que intentaba compaginar con otros trabajos esporádicos – ahora está pensando en cómo dar marcha echar el freno. Una abogada de una gran empresa tecnológica, que es el sostén de su familia, se ha pedido una excedencia. Aquel furor creativo, que se agotó a mitad de la pandemia, está tratando de hacer las paces con ese trabajo sin complicaciones que aceptó sólo para mantener su seguro de salud.
Una noche entre semana, mientras nos tomábamos unas copas de vino, me sorprendí a mí misma diciéndole a una compañera workaholic super ambiciosa: “Últimamente ya no estoy tan ocupada”. Para alguien que siempre se ha sentido orgullosa de su ética de trabajo y que su carrera siempre ha sido su razón de ser, esta confesión fue impactante, satisfactoria y diría que hasta algo vergonzosa. Me di cuenta de que, para mí también, algo había cambiado.
Las mujeres estamos inmersas en una especie de ajuste de cuentas revolucionario con nuestras ambiciones. No estamos dimitiendo en masa, porque ¿quién puede permitirse dejar su trabajo en esta economía? – pero sí estamos tratando de definir nuevos objetivos y directrices en nuestras vidas profesionales. Gracias a la desigualdad hervida a fuego lento y al obstinado sexismo, que quedaron patentes ante la dolorosa realidad de la pandemia, el concepto que teníamos del éxito está cada vez más alejado de nuestro ámbito laboral. Ahora somos conscientes de que nuestros trabajos nunca nos van a corresponder. Y estamos intentando hacer los ajustes correspondientes.
Las girlbosses que una vez dominaron nuestros feeds de las redes sociales han sido derrocadas y denostadas, y ahora venden en Brooklyn objetos artesanales de inspiración rural. En TikTok, los conversos al movimiento Barbie predican el evangelio basado en no intentar demostrar que eres la persona más inteligente o la que más trabaja: limítate a concentrarte en tus looks y deja que otro pague la cuenta. Los ensayos sobre la desaparición de la ambición y el poder liberador de decir “no” se hacen virales al instante. Y sí, lo dire. Cuando Kim Kardashian fue vapuleada por declarar, con su característica voz, que “nadie quiere trabajar hoy en día”, en parte tenía algo de razón. Ya no queremos dejarnos la piel trabajando, haciendo horas extras sin cobrarlas, por ponernos una medalla en una empresa sin alma.
En este punto de nuestra historia profesional colectiva, ¿las mujeres buscan algo más? ¿O algo menos?
Si se define de manera precisa la ambición como la búsqueda de dinero y poder, el siglo pasado fue uno en los que más creció el número de mujeres ambiciosas. A principios del siglo XX, sólo el 20% de las mujeres trabajaban fuera de casa y las mujeres negras tenían el doble de probabilidades que las mujeres blancas de tener un trabajo remunerado. Después de la Segunda Guerra Mundial, la cifra siguió creciendo sin parar (con razón Rosie la Remachadora es un icono), y en la década de los 70, la mitad de las mujeres solteras y el 40% de las casadas tenían un empleo. Hubo importantes conquistas feministas que contribuyeron favorablemente a alcanzar esta situación, como el acceso por fin al control de la natalidad, poder ser titulares de tarjetas de crédito y disfrutar de algunas protecciones básicas contra la discriminación por embarazo y el acoso sexual. Sin embargo, incluso después del ímpetu de las hombreras descomunales de los años 80 y principios de los 90, nuestra presencia en la mano de obra alcanzó su nivel máximo a finales de los 90.
El progreso de las mujeres se estancó antes que nuestra ambición. En el siglo XXI, “aunque el número de mujeres que se matriculan en las facultades es similar al de los hombres, siguen teniendo muchas menos probabilidades de alcanzar el nivel más alto en sus profesiones”, afirmó la entonces presidenta de la Reserva Federal, Janet Yellen, durante su discurso en 2017. La brecha salarial de género se resiste firmemente al cambio, incluso entre hombres y mujeres con la misma educación y puestos similares y es particularmente grave en el caso de las mujeres negras. Un informe de McKinsey de 2021 reveló “una desconexión entre el compromiso creciente de las empresas con la equidad racial y la falta de avances que vemos en la realidad diaria de las mujeres de color”. No es de extrañar que la pandemia – y la consiguiente crisis en la prestación de cuidados – hiciera que muchas mujeres con sueldos estancados se quedaran fuera del mercado de trabajo y se tuvieran que dedicar al cuidado de los hijos a tiempo completo. En 2020, una cuarta parte de las mujeres estadounidenses se planteó dejar el trabajo o reducir el ritmo de trabajo, según otro informe de McKinsey de marzo de 2021.
Las millennials, sobre todo las que tenemos títulos universitarios e impulsos feministas, pensamos alguna vez que seríamos capaces de descifrar el código de la ambición. Si las boomers no habían logrado romper los techos de cristal y las de la Generación X no habían conseguido llegar a lo más alto en la jerarquía corporativa, mi generación lo haría mejor. Y si no podíamos cambiar la América corporativa, crearíamos nuestras propias empresas y simplemente evitaríamos el problema. ¡Todas sabemos cómo acabó! Es evidente que muchas de las recompensas prometidas por esforzarnos en lo laboral nunca se van a materializar. Muchas de ellas se plantean si merece la pena tanto esfuerzo.
“Algunas se sienten como si las hubieran engañado”, afirma Paco de León, autor de Finanzas para todos. “Y están empezando a ser conscientes. Tiene que haber una forma mejor de ganar dinero y ahorrar para todos mis objetivos – y no sentir que estoy constantemente quemando la vela por los dos lados”.
En una encuesta de Gallup realizada en otoño de 2021 a 13.000 trabajadoras en Estados Unidos, lo que más valoraban las mujeres en su trabajo era “conseguir un mayor equilibrio entre vida laboral y personal y un mejor bienestar personal”, justo por delante de un mayor salario y beneficios. A pesar de la irrefutable estadística de que hay 1,8 millones de mujeres menos en la población activa que antes de la pandemia, la mayor parte de las que trabajan no se pueden permitir el lujo de dejar su trabajo. Algunas de nosotras no querríamos hacerlo aunque pudiéramos.
Conozco a algunas mujeres que fantasean con la idea de recaudar fondos para iniciar algo o asociarse con alguien. Pero la mayoría de mis amigas están haciendo cuentas para averiguar si pueden permitirse dejar el trabajo sin tener otro o reducirlo a cuatro días a la semana sin sufrir un impacto económico significativo. Solicitan/Aplican a puestos en los que no tengan que hacer horas extras para poder pasar más tiempo con sus hijos o sus padres mayores, dedicar tiempo a los temas que les preocupan o a sus propias actividades creativas. Algunas han llegado al límite y quieren trabajar menos por su propia salud. E incluso otras han pasado gran parte de los dos últimos años cobrando el paro y la experiencia les ha hecho reafirmarse en sus ideas más que desmoralizarse.
“Sí, soy ambiciosa”, me dijo hace poco una amiga, “pero escalar puestos en mi empresa ya no me interesa como antes. Un cargo, un aumento de sueldo... ya no me llenan. Lo que necesito para sentir que tengo éxito y sentirme realizada es completamente distinto. ¿Lo que hago me hace feliz? ¿Estoy aprendiendo? ¿Qué es lo que estoy aportando? ¿Conecto con la gente? ¿Considero que tengo flexibilidad en esta nueva forma de vivir y trabajar? ¿Se me da no sólo responsabilidad sino también autonomía? ¿Mi trabajo está en consonancia con mis valores? Las cosas que ahora me importan han cambiado”.
Lo que está ocurriendo ahora es una inquietud, una búsqueda, un replanteamiento total del papel que el trabajo debe representar en la vida y la identidad de una mujer. “Si nos fijamos en la segunda ola del feminismo, el objetivo era acceder a todo lo que el hombre blanco tenía”, afirma Mia Birdsong, autora de How We Show Up: Reclaiming Family, Friendship, and Community. Pero ahora, en lugar de romper el techo de cristal, Birdsong sostiene que ella y muchas otras mujeres preferirían salir del edificio. “Quiero irme y sentarme bajo los árboles o pasear por el campo o cualquier otra cosa”, comenta riéndose.
Por supuesto, hay mujeres – sobre todo las que trabajan por horas – que nunca se hicieron ilusiones de que el trabajo era el camino hacia la realización personal. El trabajo siempre ha sido una necesidad y, por tanto, su prioridad nunca ha sido reducir la brecha salarial sino poder llevar comida a sus casas. Muchas de estas mujeres llevan años dando la voz de alarma sobre la insostenibilidad del trabajo en Estados Unidos y han ocupado el liderazgo de movimientos sindicales en empresas como Starbucks y Amazon.
Pero este replanteamiento de la ambición supone un giro más reciente para aquellas de nosotras que recibimos un salario con beneficios y que asumimos la idea de que podríamos hacer avanzar el feminismo al mismo tiempo que nuestras propias carreras. El término inglés girlboss, ahora también verbo, sigue la misma línea que gaslight y gatekeep en lo que la web de noticias Vox denominó como “una especie de “vive, ríe, ama” del feminismo tóxico, generalmente blanco”. Las protestas de Black Lives Matter que se generalizaron durante el verano de 2020 hicieron que muchas de nosotras desarrolláramos una nueva interpretación de los sistemas injustos que sustentan gran parte de la vida estadounidense. Y, por supuesto, la pandemia puso de relevancia todo, desde los fallos en nuestra red de seguridad hasta las desigualdades existentes en el reparto de las tareas domésticas en el caso de las parejas heterosexuales así como la fragilidad de nuestra salud, tanto mental como física. Para muchas de nosotras, la ambición por ascender en nuestro ámbito profesional se ha sintetizado en algo mucho más sencillo: dejar de sentirnos constantemente tan estresadas y agotadas.
Se suponía que trabajar menos horas iba a ser una realidad colectiva a estas alturas. En 1965, un subcomité del Senado estadounidense preveía que, gracias a los avances tecnológicos, los trabajadores serían tan productivos que en el año 2000 todos disfrutaríamos de una semana laboral de 14 horas (el sonido que escuchas es la risa amarga de todos los trabajadores estadounidenses). En lugar de esto, estamos fichando una media de 44 horas semanales y uno de cada cinco trabajadores trabaja entre 49 y 59 horas. Mientras tanto, para las mujeres, cualquier promoción profesional se ve frenada por las barreras sexistas que persisten a día hoy. En el índice sobre el techo de cristal que realizó The Economist donde clasifica a los países de la OCDE de mejor a peor en cuanto a las oportunidades que tienen las mujeres de recibir un trato igualitario en el trabajo, Estados Unidos ha descendido recientemente dos puestos hasta el vigésimo de la lista (España esta en el puesto 13).
Por mucho que nos esforcemos, las estadísticas reflejan que la mayoría de nosotras seguiremos chocándonos con ese techo, sobre todo en el caso de las mujeres negras y/o madres y, especialmente, si somos madres de más de un hijo. “Creo que hay un elemento muy seductor en la idea de que, si trabajo lo suficientemente duro, si hago los contactos adecuados, si mi presencia en Internet es la correcta, entonces conseguiré la vida que quiero”, afirma Samhita Mukhopadhyay, antigua editora ejecutiva de Teen Vogue y autora del próximo libro The Myth of Making It. Esto probablemente haya funcionado para un puñado de mujeres – probablemente sigas al menos a una de ellas en Instagram. Pero para la mayoría de nosotras, a falta de una sanidad universal, de protecciones laborales y de guarderías asequibles, todas esas ilusiones se han desmoronado.
Eso no significa que siempre sea fácil rebajar el apego que tenemos a nuestros antiguos ideales profesionales. Para algunas ex alumnas de sobresaliente, el reto es psicológico. No existen evaluaciones del rendimiento para la amistad o el bienestar personal, por lo que puede resultar más difícil establecer objetivos en ámbitos no laborales. Rainesford Stauffer, autora del libro All the Gold Stars, distingue entre la ambición basada en un sentido más personal y la ambición para demostrar nuestra valía. La ambición positiva suele centrarse en aspectos como la comunidad y la creatividad, con objetivos como sentirse conectada, completa y saludable. “No suele venir acompañada de esa sensación de olla a presión de 'Dios mío, me estoy quedando atrás. Soy la única que no está haciendo lo suficiente'”.
Luego está el panorama/la situación general. ¿Estamos fallando a las futuras generaciones de mujeres cuando no nos lanzamos de lleno contra ese techo de cristal? Ya de entrada, la pregunta es algo tramposa, afirma Mukhopadhyay, al hacer recaer sobre las mujeres una carga individual cuando debería ser colectiva. No depende de cada una de nosotras, como trabajadoras, mejorar el mundo para todas las mujeres. Los éxitos de las generaciones anteriores de movimientos por la justicia social nos muestran la verdad: el progreso colectivo no se consigue a través de los logros de un individuo excepcional.
Cuando te golpea esa sensación de pánico por no hacer lo suficiente, Tiffany Dufu, fundadora y directora general del servicio de peer coaching?? The Cru, aconseja a las mujeres que tengan claro qué es lo que más les importa. “Porque cuando estás sobrepasada y tienes pendiente un millón de cosas, necesitas averiguar qué vas a delegar y qué vas a, digamos, dejar correr”. Redefinir la ambición consiste en saber qué temas profesionales hay que dejar de lado y a menudo se necesita algo de ayuda para averiguarlo. Añade: “Una cosa es saber que quieres cambiar tu carrera y quizás ajustarla a un propósito y un significado o centrarte realmente en una forma de vida más basada en los valores. Otra cosa es averiguarlo de verdad, ok, bien, ¿qué significa eso? ¿Y cómo voy a hacerlo realidad?"
Descartar la idea de que nuestros cargos o sueldos nos definen, resulta difícil incluso para las más expertas en el tema, porque la cultura estadounidense venera la idea de que todos somos responsables a título personal de nuestro éxito como seres humanos. Nos enseñan que podemos conseguir cualquier cosa que necesitemos por nosotros mismos, que si no triunfamos es porque algo falla en nosotros. En realidad, “casi todo lo que necesitas lo vas a encontrar en el exterior/fuera de ti”, declaró Kate Bowler, autora de No Cure for Being Human, en una entrevista a GQ el año pasado. “Hablamos de una justicia estructural y de una comunidad que te sustente y de llegar a un acuerdo con tus propias limitaciones y fragilidades”.
Para que la ambición sea sostenible, tiene que ser personal y compleja, no solo se reduce a ascender puestos. Para todas las mujeres que se han visto sobrepasadas por haber valorado demasiado el trabajo al considerarlo la clave de su identidad, la tarea no consiste en dejar de lado la ambición por completo sino en reubicar esas ambiciones más allá de los marcadores tradicionales de dinero, títulos y reconocimiento profesional. La ambición no tiene por qué limitarse a una búsqueda de poder a costa de uno mismo y de los demás. También puede ser el camino hacia un mundo más justo, un yo más saludable y una comunidad más fuerte. Y, sin duda, se puede conseguir yendo en chándal.
Este artículo apareció en el número de septiembre de ELLE USA 2022.