¿Cómo es posible comprar un par de pendientes en una app por 1 euro y recibirlos en dos días en tu casa en Albacete directos desde China y sin costes de envío? La respuesta rápida siempre ha sido la globalización. Hasta el punto de que pocas veces —o menos de las que debiéramos— nos hemos parado a pensar en las implicaciones sociales, políticas o geoestratégicas y de logística que hay detrás de un acto aparentemente tan banal y cuál es el valor real de la ropa que compramos. La semana pasada Donald Trump nos despertó de este sueño low-cost de un porrazo cuando el miércoles firmó un decreto por el que elimina para China y Hong Kong la conocida como exención de minimis: un agujero legal que permite importar en Estados Unidos sin pagar ningún arancel los productos por valor inferior a 800 dólares (730 euros). Plataformas de comercio electrónico como Temu, Shein o Alibaba se han beneficiado especialmente de esta excepción fiscal, pero a partir del 2 de mayo, sus clientes deberán pagar los aranceles correspondientes, que en el caso de China ascienden tras los últimos cruces de espadas en la guerra comercial al 54%. O sea, un artículo que antes costaba 10 dólares, ahora costará 15,4 dólares (de unos 9 euros a casi 14). Si eres una de esas compradoras compulsivas de ropa, apunta porque en esta guerra comercial China acaba de ascender a un 84% los aranceles que va a aplicar a Estados Unidos.
¿Y por qué debe importar esto en España? La respuesta de nuevo es la globalización, o el final de esta, en este caso. La supresión de las minimis se extenderá pronto a todos los países que exportan productos a Estados Unidos, pero esta es solo una de las medidas iniciadas por el presidente Donald Trump en una escalada proteccionista de la economía estadounidense que muchos tachan ya de tiro en el pie. La subida de los aranceles para todos los productos que lleguen al país norteamericano, ya sea desde un aliado comercial o desde un régimen talibán o de la mismísima Corea del Norte, cambian las reglas de juego y dibujan un nuevo orden mundial. Sergio Kurczyn, director de Estudios Económicos de Banamex, es uno de tantos analistas internacionales que diagnostican el final de la globalización o el inicio de una nueva globalización que mira a China. De hecho, Europa ya ha comenzado un acercamiento al gigante asiático apelando a la unión frente al enemigo común, Estados Unidos.
Los márgenes de negocios como Temu o Shein, que hacen que sea posible comprar ese par de pendientes por 1 euro, están basados en un equilibrio mundial que acaba de romperse. La mano de obra de bajo coste en los países asiáticos, las rutas comerciales internacionales (que también amenaza Trump, con un ojo puesto en el Canal de Panamá), la estrategia logística, las normativas fiscales y arancelarias, la disponibilidad de materiales de forma accesible y barata gracias una cadena de suministros global, una facturación basada en grandes volúmenes (“Estados Unidos representa el 15% del comercio mundial”, recuerda Kurczyn)… Todos estos elementos influyen en un margen de beneficios para estas plataformas de comercio electrónico que hacían posible los precios de ciencia ficción a los que nos tenían acostumbrados; ahora, en el nuevo escenario, está por ver.
En sustitución de los envíos postales que llevaban a cabo hasta ahora, los gigantes del e-commerce han comenzado ya a importar en grandes buques en Estados Unidos, pagando sus correspondientes aranceles; y mientras las empresas calculan el descalabro del nuevo contexto en sus balances, los países tratan de cuantificar el impacto macroeconómico y los mercados se enfrentan a caídas que se miran cara a cara con las de la pandemia, serán los consumidores —en forma de precios superiores y menor variedad—, quienes pagarán las consecuencias de esta desglobalización, como vaticina el profesor de Economía Medioambiental Aurélien Saussay en un reciente informe de la London School of Economics.
Según explica Blanca Sorigué, directora general del Consorcio de la Zona Franca de Barcelona, la única a nivel mundial certificada por la OCDE por su transparencia y seguridad, “las medidas arancelarias suelen tener un mayor impacto en los productos de consumo masivo o bajo coste, ya que un incremento en su precio afecta directamente a la sensibilidad del consumidor”. Como puerto de entrada para toda la Península Ibérica y el sur de Europa, una disminución de las importaciones en Barcelona como consecuencia de políticas proteccionistas podría hacer bajar la actividad, pero para Sorigué representaría también “una oportunidad para acelerar procesos de relocalización industrial y reforzar la autonomía productiva”, algo en los que Europa ya trabaja.
El impacto en las plataformas de e-commerce es directo e inmediato, pero todo el comercio mundial está a punto de cambiar. Desde el mercado de la telefonía móvil, donde Apple se enfrentará a nuevas dificultades comerciales frente a la china Huawei. O el automovilístico, donde marcas como Ford, la segunda en Estados Unidos que más produce dentro de sus fronteras (después de Tesla), tratan ahora de averiguar cómo van a absorber una cadena de suministros completa, la única salida si no quiere repercutir al precio final de cada vehículo la subida del 25% en los aranceles a todos los componentes del motor, que hasta ahora se importaban de otros países. En palabras de su CEO, Jim Farley, en The New York Times, “un agujero como nunca hemos visto”.
Las bombas comerciales aún cruzan de un lado a otro del mundo: China responde con aranceles similares e inicia investigaciones a las empresas estadunidenses que operan en su país; Europa trata de negociar nuevos acuerdos de aranceles cero con Trump y los países con menor poder de negociación buscan esquivar las balas mediante la técnica de quedarse muy quietos. Lo cierto es que sólo la globalización hizo posible el low-cost;y ahora está por ver qué nuevo orden mundial queda tras este cruce de medidas y contramedidas. Quizá nunca tuvo más valor el kilómetro cero.
Idoia Sota es periodista, editora y consultora de comunicación, especializada en negocio digital y audiencias. Ha sido subdirectora de LaVanguardia.es y de Forbes España y actualmente analiza temas de actualidad, economía, trabajo y finanzas como autora freelance y desarrolla proyectos de Comunicación y Marketing con marcas.