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Todas tenemos en nuestra cabeza a novias icónicas a la hora de pensar en vestidos de boda: Grace Kelly, Jackie Kennedy, Diana de Gales, Soraya Esfandiary, Bianca Jagger, Kate Middleton, Carolyn Bessette, Kate Moss o incluso la ficticia Carrie Bradshaw. Todas ellas con estilos muy distintos y personales, que nos pueden inspirar más o menos cuando nos toque tomar nuestra decisión. Pero si hay algo en claro, es la gran evolución que los looks nupciales han tenido a lo largo del tiempo, y estos ejemplos no hacen más que demostrarlos. Desde las faldas voluminosas, los tejidos pesados, el velo largo (e imprescindible) o los peinados recogidos y pulidos de antes a los tejidos más vaporosos, estilos más ligeros y cómodos y peinados sueltos o ligeramente desenfadados de ahora. Así han evolucionado los trajes de novia.
Las novias de antes: más estructura, formalidad y gran ornamentación
Una diferencia clara entre los vestidos de novia actuales y los de novias como Grace Kelly o Diana de Gales es la importancia que se le ofrecía antaño al volumen. Se trataba de una característica clave, especialmente durante el siglo XIX y principios del XX, ya que tenía una gran importancia estética y simbólica, tanto en la estructura como en la representación social. Por un lado, el volumen de las faldas representaba abundancia y riqueza y, normalmente, las novias que podían permitirse esos vestidos pertenecían sobre todo a las clases altas, por lo que también les daba distinción y prestigio.
Los vestidos de novia de antes, especialmente durante la época del Victorianismo y la Eduardiana, solían contar con faldas amplias con la ayuda de crinolinas (en el XIX) y can-cans (en el siglo XX), que eran estructuras de metal o tela que propiciaban esa característica forma cónica. Este volumen era un claro reflejo de elegancia y estatus.
La silueta más común era "en campana", un vestido que se va ampliando hacia el final de la falda. De hecho, fue popular hasta principios del siglo XX, cuando las tendencias comenzaron a cambiar hacia siluetas más ajustadas. Sin embargo, el volumen seguía estando presente en los vestidos de novia de los años 50, con faldas de vuelo y tejidos más rígidos. Así lo podemos ver en el vestido de novia de Grace Kelly en 1956, que deslumbró al mundo por su espectacular volumen y su elegante lujo silencioso. Su vestido, diseñado por Helen Rose, contaba con una amplia falda en forma de A, y un corsé ajustado con las que conseguía una figura escultural, muy característica de la época.
La elegancia era un factor fundamental a tener en cuenta, y los materiales empleados en los vestidos de novia jugaban un papel crucial para conseguirlo. Tejidos como el satén, la seda y el brocado eran los preferidos por su estructura y apariencia lujosa. El vestido de Lady Di, por ejemplo, diseñado por David y Elizabeth Emanuel en 1981, fue un despliegue de seda salvaje y satén, con un volumen impresionante que le otorgaron las crinolinas de su falda. La icónica novia optó entonces por un tejido rígido que no solo favorecía la estructura, sino que también simbolizaba su estatus real.
Los adornos y ornamentaciones eran otro aspecto clave en los vestidos de novia: cuantos más, mejor. Bordados intrincados, encajes delicados, y en algunos casos, incluso perlas y cristales adornaban la vestimenta, aportando una gran sensación de opulencia. El vestido de Grace Kelly, por ejemplo, fue bordado a mano con encajes de Bruselas y adornado con una delicadeza que resaltaba su pureza y sofisticación. Los accesorios, como el velo largo, los guantes de encaje y las diademas, completaban el conjunto, aludiendo en este caso a la formalidad y respeto por las tradiciones.
Las joyas entonces eran pocas y discretas para no restar protagonismo al vestido, aunque de gran valor (tanto simbólico como económico). En la mayoría de los casos, eran heredadas, cargadas de una gran tradición familiar: perlas o diamantes pequeños como pendientes, broches, medallones religiosos... No importaba tanto el diseño, sino qué significaba emocionalmente. Aunque había claras excepciones dependiendo del estatus social, por supuesto. La boda de Soraya Esfandiary, por ejemplo, fue un auténtico despliegue de lujo: llevó un vestido de Dior confeccionado con 37 metros de lamé plateado, decorado con 20,000 plumas y bordado con 6,000 diamantes, y lo acompañó con joyas opulentas y deslumbrantes, a la altura de una reina. Este tipo de elecciones eran propias de personas en el poder, la monarquía o la diplomacia, y no reflejan tanto la moda general.
El velo de Lady Di, por otro lado, medía más de 7 metros, un símbolo de la grandeza de la boda real (a otro nivel, por supuesto). En este sentido, la longitud de los velos era muy simbólica en las décadas de los 40, 50 y 60, representando la pureza y la transición de la novia a la vida matrimonial. Se solían hacer de tul de seda o encaje, que no solo les daban ese aire elegante y delicado, sino que también aportaban una importante sensación de pesadez y rigidez. Además, se decoraban a menudo con bordados, perlas o incluso cristales, enfatizando el acabado de 'lujo'. Y, por supuesto, antes cubrían el rostro de la novia antes de ser levantados por el futuro esposo, una formalidad y simbolismo que ha ido perdiendo bastante fuerza con el tiempo.
En cuanto al calzado, solía ser más funcional que estético, normalmente tapado por el vestido. Lo normal es que se llevasen cerrados y con poco tacón.
El maquillaje y peinado también difería mucho de lo que se lleva ahora. Antes el protocolo era bien claro, un peinado pulido (ya fuese un moño bajo o un recogido clásico), y maquillaje discreto. El 'canon' era el de una novia sencilla, "limpia", angelical, sin estridencias. Así, el maquillaje utilizado era suave, apenas visible, enfatizando los tonos rosados y neutros, y buscando resaltar la naturalidad.
Las novias de hoy: menos reglas, más expresión
Si antes los looks nupciales giraban en torno a rígidas reglas, tradición y simbolismo, hoy se trata más bien de una declaración de estilo personal. Las novias de hoy abrazan la comodidad, la ligereza y la autenticidad, y esto se traduce asimismo en múltiples formas, estilos y siluetas: desde el corte minimalista en línea recta —como el de Meghan Markle con su vestido de Givenchy en 2018—, hasta faldas vaporosas tipo boho, como la de Lily Collins en su mágica e íntima celebración en medio del bosque, e incluso trajes de chaqueta, monos o diseños asimétricos que habrían sido impensables hace décadas, como el look de boda de Emily Ratajkowski, con un conjunto mostaza de Zara.
Los códigos han evolucionado y se han abiertado a un sinfín de posibilidades. Entre otras cosas, el peso del vestido solía ser reflejo de la importancia de la boda. Ahora, los tejidos son más fluidos y ligeros -la seda, el tul, el crepé...-, y menos, en muchas ocasiones, es más. Lo importante, hoy en día, es que la novia encuentre su estilo y se sienta reflejada en su vestido, siendo una extensión de su personalidad. Sofia Richie es el ejemplo perfecto de esta nueva elegancia nupcial, con sus tres vestidos de Chanel, todos delicados, limpios y llenos de intención.
Ahora, también entra en juego el número de vestidos. Mientras que antes se diseñaban los vestidos de novia teniendo en cuenta la ceremonia y la tradición, en la actualidasd muchas novias apuestan además por cambiar de look en medio de la noche, o por vestidos de dos piezas y calzado más cómodo que les permiten bailar con libertad. Así, la estética bridal se ha abierto al juego, a la sorpresa, y sobre todo, a la autenticidad
Además, la gama de colores nupcial "aceptada" es mucho más amplia. Mientras que el blanco se ha instaurado como el color típico de las novias tradicionales, hay quienes prefieren salirse de la norma y optar por tonos más atrevidos, como el amarillo, el rosa o el azul. Firmas como Giambattista Valli, Vera Wang o Vivienne Westwood han apostado por siluetas románticas teñidas de color, y celebridades como Jessica Biel o Kaley Cuoco han llevado el rosa pastel al altar con absoluta elegancia, así como Emily Ratakjowski lo ha hecho con el amarillo.
El mundo de los accesorios tampoco gira ya en torno a normas estrictas. Desde las que optan por el minimalismo u opciones más "limpias" como Carolyn Bessette en su elegante y minimalista boda con John F. Kennedy Jr., -apostó por una estética completamente despejada (sin velo, sin collar, con un moño bajo sencillo y únicamente unos sencillos pendientes de perlas)-, hasta las que prefieren tocados modernos, diademas barrocas, lazos o incluso sombreros, como hizo Bianca Jagger en su icónico look de boda civil en los 70, donde combinó un traje blanco con sombrero de ala ancha, firmando uno de los estilismos más revolucionarios de su época.
"Las joyas que visten las novias hoy ya no responden únicamente al protocolo ni a las normas heredadas. Se eligen desde un lugar más profundo, más consciente. Cada pieza es una elección personal: habla de quién eres, de lo que sientes y de lo que deseas recordar para siempre. Frente a la elegancia solemne de épocas como la de Grace Kelly o Lady Di —donde las joyas representaban linaje, estatus y tradición familiar—, hoy buscamos significado, autenticidad y emoción. La joya ya no pretende impresionar con su peso o su historia ajena, sino acompañar con belleza a una historia propia. Porque hay momentos que no vuelven, pero permanecen en lo que elegimos conservar", explica Inmaculada Perea, fundadora de la firma de joyería sevillana PETRÏTA.
La individualidad se impone también en las elecciones de calzado. Desde sandalias joya hasta deportivas blancas —como las que llevó Chiara Ferragni en su segundo look nupcial—, todo está permitido si encaja con la personalidad de la novia y con el estilo de la celebración. Eso sí, ahora son una elección más a tener en cuenta, y no van tapadas debajo del vestido. Así, se buscan los detalles especiales (flores, aberturas, tiras...) y la elección de los colores son muy importantes. Aunque el blanco y el marfil están en alza, los tonos pastel siempre son un acierto (rosa empolvado o azul celeste, por ejemplo), y los dorados (oro, cobre, champagne...) están asimismo despuntando.
El peinado y el maquillaje también han evolucionado significativamente: los recogidos perfectos y los moños pulidos han dado paso a ondas suaves, coletas bajas, trenzas románticas o incluso el cabello suelto. El maquillaje busca ahora resaltar lo mejor de cada rostro sin esconderlo, con looks glowy, piel jugosa y labios en tonos nude o rosados que realzan la frescura natural de la novia. Hailey Bieber ha marcado tendencia en este sentido, priorizando la piel luminosa y los acabados discretos pero impecables.
Especialmente hoy, donde casarse ya no es tan 'común' y alude a la profesión del verdadero amor, las novias ya no pasan por imposiciones o reglas estrictas; pasan por el filtro de la autenticidad, la oportunidad perfecta para ser creativas pero siempre mostrándose tal y como son. Y si bien seguimos admirando los looks de antaño, con toda su pompa y teatralidad, lo que define a la novia contemporánea no es el volumen de su falda ni la longitud de su velo, sino la libertad con la que elige cómo contar su historia.
Graduada en Filología Hispánica y especializada en marketing digital y comunicación de moda, belleza y lifestyle, Carolina vive su sueño como colaboradora para Elle y desarrolla asimismo su labor de PR para firmas de moda y gastro. Se considera una verdadera experta en tendencias, descubrimientos beauty y restaurantes de moda. La lectura, el fitness, Friends y sus gatos son algunas de sus pasiones favoritas, y Bélgica su segunda casa.