Hace unos días, la modelo y actriz Kaia Gerber aparecía en la alfombra roja de la Academy Museum Gala vestida con un deslumbrante vestido negro cuajado de cristales. Los amantes de la moda identificaron aquel vestido como uno de los looks vistos en el desfile otoño-invierno 1997 de alta costura de Givenchy. Los cinéfilos (y también muchos fashionistas) no tardaron en señalar la inspiración detrás del estilismo: Audrey Hepburn en My Fair Lady. La aclamada película, dirigida por George Cukor, cumple 60 años desde su estreno (en concreto, a los cines de Estados Unidos llegó en octubre de 1964) pero su influencia continúa. El vestuario del film, ideado por el talentoso Cecil Beaton, es uno de los más icónicos de la historia del cine. Y no es para menos: Beaton elaboró un total de 1000 trajes para la cinta, un trabajo hercúleo por el que recibió un premio Oscar.

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La primera imagen que vemos de Eliza Doolittle es la de una joven florista de aspecto algo harapiento, con el cabello despeinado asomando bajo un sombrero.

Tras el éxito del musical My Fair Lady, con Julie Andrews a la cabeza, llegó la adaptación cinematográfico, una producción millonaria (se estima que costó cerca de 20 millones de dólares) encabezada por la estrella del momento, Audrey Hepburn. La música, es obvio, era un eje importante, pero no menos relevante era el vestuario, que debía evolucionar con el personaje. Hagamos una sinopsis rápida: el film se ambienta a comienzos del siglo XX y la protagonista, Eliza Doolittle, es una pobre del East End londinense que aparece por primera vez en pantalla con un abrigo algo harapiento, el cabello despeinado asomando bajo un sombrero y una cesta repleta de flores para vender, pues ese es su oficio. Con un marcado acento y una dicción poco correcta, un día se topa con el profesor de fonética Henry Higgins y el coronel Pickering. Ansiando una vida mejor, Doolittle, acude a casa de Higgins para recibir clases de fonética que le permitan hablar bien y poder comenzar una nueva vida como florista, pues la joven deseaba abandonar su problemático hogar. Higgins acepta, tras apostar con el coronel Pickering que convertiría a Dolittle en toda una dama de alta sociedad. De este modo, nuestra protagonista cambia de forma radical, también a través de su vestimenta.

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A lo largo del metraje, el vestuario de Audrey Hepburn va evolucionando de la mano del personaje.

"¿Cuántas veces se le ha dado a un diseñador la libertad de hacer algo como la escena de Ascot? ¿Quién puede haber mejor que Audrey Hepburn para vestir tus diseños? Es reconfortante pensar que he formado parte de un entretenimiento que va a proporcionar satisfacción a mucha gente”. Estas palabras, atribuidas al propio Cecil Beaton, demuestran lo consciente que era de la influencia que el vestuario tendría, no solo en la película, sino en la propia historia del cine y de la moda. Se estima que Beaton confeccionó más de mil trajes para la ocasión, entre ellos algunos de los vestidos más recordados de la actriz. Uno de ellos, el modelo en blanco y negro que lleva en la mencionada escena de Ascot, la elitista y extravagante celebración que cuenta con un férreo código de vestuario donde los tocados y sombreros gozan de un protagonismo destacado. Para aquella escena, Cecil Beaton se inspiró en las carreras de Ascot celebradas en 1910, cuando todos los asistentes tuvieron que acudir de color negro para guardar el luto por la muerte del rey Eduardo VII de Reino Unido, fallecido ese mismo año.

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El polifacético y talentoso Cecil Beaton fue el responsable de vestuario de la película, donde además ejerció de director de arte.

El conjunto está formado por un sofisticado vestido de encaje blanco con volantes en los puños y adornado por grandes lazos blancos y negros. La pamela, de dimensiones colosales como suele ser habitual en esta celebración, mantiene la dualidad cromática y se adorna con plumas, flores y encajes. El vestido ha sido considerado como una de las piezas más caras jamás creadas para una película. Como curiosidad, estuvo en manos de la actriz Debbie Reynolds, gran coleccionista de artículos procedentes de Hollywood, y finalmente fue subastado por más de cuatro millones de dólares. Además, ese look en blanco y negro inspiró al escritor Truman Capote para celebrar en noviembre de 1966 su famoso baile de máscaras en blanco y negro, uno de los grandes acontecimientos sociales de los años 60.

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Realizado en satén blanco a partir de una pieza eduardiana original, el aspecto acristalado se consigue con la capa de tiras brillantes que cae por el cuerpo de la actriz. Sin olvidar la espectacular gargantilla que culmina el conjunto, así como la tiara y los guantes de ópera.

Inolvidable es también el vestido de cristal que la intérprete luce en una de las escenas clave de la película: la del baile anual de la embajada, donde Eliza Doolitte es presentada en sociedad. Con el cabello recogido en un voluminoso moño decorado con una tiara brillante y el cuello adornado con una gargantilla que alargaba todavía más su ya de por si esbelta silueta, en este punto de la película apenas hay rastro de la florista del comienzo. La transformación se ha completo y la joven brilla, de manera literal, gracias al vestido acristalado que luce. Cecil Beaton trabajó a partir de un diseño original eduardiano (época en la que transcurre la historia) y confeccionó este vestido de satén blanco con escote amplio, manga corta y silueta recta. Las tiras de cristal recorren el vestido con el que Hepburn deja enmudecidos a todos. A pesar de la buena sintonía entre Beaton y Hepburn y lo agradecida que se mostró la actriz del increíble trabajo del diseñador (insistimos, ganó un premio Oscar), en lo sucesivo la intérprete siguió vistiendo siempre de la mano de Hubert de Givenchy, su gran amigo.

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Detalle del vestido de cristal que el personaje de Audrey Hepburn luce durante la escena del baile en la embajada, donde es presentada en sociedad.

La noche del estreno de la película hubo tanta expectación que la policía londinense tuvo que intervenir para tranquilizar a los congregados, una anécdota que refleja la expectación del film. Su popularidad no ha caído con el tiempo, es más My Fair Lady sigue siendo una fuente de inspiración constante, como demostró Ralph Lauren en su colección de primavera verano 2008, toda en blanco y negro y repleta de referencias al vestuario de la cinta. En la alfombra roja, el homenaje también es recurrente, en especial a través del vestido de cristal.

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El vestido vintage de Givenchy elegido por Kaia Gerber para acudir a la Academy Museum Gala hace un par de semanas recuerda al look más famoso de la película protagonizada por Audrey Hepburn.
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Anya Taylor-Joy con un look vintage de Bob Mackie inspirado en el famoso vestido de cristal, durante la promoción de la película ’Emma’, en febrero de 2020.
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La versión más sexy la lució Kendall Jenner en la gala MET de 2021, con un vestido transparente de pedrería firmado por Givenchy.

Como comentamos al comienzo del artículo, la modelo Kaia Gerber ha sido la última en hacer un guiño evidente al emblemático diseño. Ella, cambió el blanco por un vestido negro de pedrería perteneciente al archivo vintage y de alta costura de Givenchy. Pero no ha sido, ni mucho menos, la única en versionar este look. Ya en 2020, la actriz Anya Taylor-Joy eligió un vestido vintage de Bob Mackie, combinado con una gargantilla a juego, que la prensa especializada no tardó en comparar con el de Audrey Hepburn. Y en la gala MET de 2021, la top Kendall Jenner se decantó por la versión más sexy del vestido de cristal cuando apareció con un increíble diseño de Givenchy repleto de pedrería brillante, con collar incluido. Por mucho que pasen los años, el espíritu de My Fair Lady nunca se desvanecerá.

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Elena Muñoz tiene una experiencia de más de una década escribiendo sobre moda. A lo largo de su trayectoria ha cubierto los desfiles de la semana de la moda de Madrid, las alfombras rojas de los premios más importantes del mundo y ha entrevistado a decenas de celebridades y diseñadores. Además, no se pierde ninguna novedad en materia de tendencias. A la hora de escribir sus artículos y reportajes, Elena Muñoz busca siempre una perspectiva más analítica, indagando sobre el simbolismo de las prendas, el significado de las tendencias y curioseando en la historia de la moda, tratando de ir un paso más allá y ofrecer otra visión de la industria, que es mucho más que ropa. Además, le interesa curiosear sobre nuevas firmas independientes, reivindicar las marcas made in Spain y hablar sobre sostenibilidad.

Estudió periodismo y comunicación audiovisual en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid y desde muy pronto se adentró en las redacciones de revistas, donde ha desarollado toda su carrera. Aprendió en las redacciones de Grazia, Glamour y Marie Claire, donde desempeñó funciones de periodista digital pero también se familiarizó con la prensa escrita. Estuvo casi cinco años como editora digital de moda en Hola. En la actualidad colabora con diferentes medios de comunicación, entre ellos Elle. También tiene una newsletter, "El sofá", donde habla de cultura y mujeres que inspiran.