El pasado 22 de octubre, Kim Kardashian celebró en un restaurante de Beverly Hills su 43 cumpleaños. Lucía un despampanante vestido rojo del “nuevo” Balenciaga que, en nada, se parece al maestro de Guetaria y, entre sus invitados, destacó la presencia de Hailey Bieber o Ivanka Trump. Pues bien, este es el signo de nuestros tiempos. Pero hubo otros en los que las hermanas más famosas de EEUU eran las Miller, las Cushing, las Bouvier, las Vanderbilt y, a este lado del charco, las Crespí, las Mitford, las Brontë o las de La Mora. A su vez, si comparásemos la fiesta de Kim con otros cumpleaños como el diecisiete aniversario de Cayetana Fitz-James, el de la “influencer” quedaría reducido a un sencillo ágape entre capitostes del universo digital, a excepción, claro, de la hija de Trump, que ya no es ni asesora de la Casa Blanca, ni “instagrammer”… Por cierto, ¿ahora qué es lo que que es?

Un mes después de cumplir los diecisiete años, el 27 de abril de 1943, Tanuca, como era llamada en familia, fue presentada en sociedad en el Palacio de las Dueñas de Sevilla. Este año se cumplen 80 años de la efeméride. La única hija del entonces duque de Alba, ahijada de la reina Victoria Eugenia, presionó a su padre para que el evento se desarrollase en la ciudad hispalense y no en Londres. El anglófilo Jacobo Alba, que fue embajador de España en el Reino Unido y que ha sido presentado estos días como todo un “dandy” que antes de casarse con su única esposa, Totó, salió con Piedita Yturbe, Shelagh, duquesa de Westminster, o Marjorie Aguirre, marquesa de Pallavicini, quería una gran fiesta que confirmara a su única hija como lo que siempre fue: una de las aristócratas más relevantes de Europa. Pero la pasión de la castiza duquesa por Dueñas, ese palacio donde nació Machado y que visitaron desde Cole Porter a Jackie O., provocó que finalmente tuviese lugar allí. “Me empeñé en ponerme de largo en Sevilla y no paré hasta conseguirlo”, se regodeó ella posteriormente. Aquello no impidió que Winston Churchill, buen amigo del duque de Alba además de primos ya que ambos eran descendientes del duque de Berwick, enviara marines británicos a la fiesta para darle un aire ligeramente inglés.

cayetana fitz james stuart, duchess of montoro later , 18th duchess of alba wearing a ballgown and tiara, circa 1947 photo by hulton archivegetty images
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Duquesa de Alba, 1947

Cayetana se puso terca y lució un vestido muy flamenco diseñado por Flora Villarreal, ya que la temática de la noche fue andaluza. Se tocó la cabeza con una flor. No es de extrañar que la joven apostara por esta maestra de la costura española, ya que más tarde fue la autora de su vestido de novia con Luis Martínez de Irujo, con el que se casó, de nuevo en Sevilla, en 1947. El fotógrafo contratado para la ocasión fue Juan Gyenes, nacido en Hungría pero gran icono en España por cuyo objetivo ha pasado todo el quién es quién de la alta aristocracia patria. Para los Alba, aquella fue una noche muy importante y llena de emociones. El once de enero de ese año se había cumplido una década de la muerte de María del Rosario de Silva y Gurtubay. Totó, como todo el mundo la llamaba, era la madre de Cayetana, quien murió a los 33 años debido a una tuberculosis. Cayetana quedó huérfana con ocho años.

El mejor regalo: el condado de Montoro

Esa noche, Jacobo “Jimmy” regaló a su hija el condado de Montoro que la propia Cayetana eligió por ser muy andaluz, ya que así se llama un pueblo de Córdoba y que fue entregado por Felipe IV en 1660 a uno de sus ministros, Luis Méndez de Haro. También lo había lucido una de sus familiares más queridas, la emblemática emperatriz de Montijo, por la que Tanuca sentía devoción desde pequeña. Ella fue conocida por ese título hasta la muerte de su padre diez años después, en 1953, cuando ya se convirtió en la duquesa de Alba y comenzó a cultivar el mito de su antepasada, María Teresa de Silva, célebre por el cuadro de Goya. De hecho, se ganó pronto la fama de poderosa terrateniente. Una leyenda urbana contaba que se podría atravesar España pisando sólo las fincas propiedad de la noble. Como los dominios de Felipe II, en los que “nunca se ponía el sol”.

Su padre no escatimó en detalles para que el evento fuera recordado como la gran fiesta del año en aquella España franquista, pobre y gris, y en aquella Europa, sumida en la II Guerra Mundial. Jacobo alquiló todos los pianillos de manubrio de Sevilla para que tocaran en cada esquina de todos los barrios de la ciudad y llenó de farolillos las calles cercanas. Quería que el pueblo bailara con ellos. Desde el Palacio de Liria salieron más de dos mil invitaciones que fueron dirigidas a la más selecta aristocracia internacional.

Yates en el Guadalquivir… y churros con chocolate

Franco le propuso organizar la fiesta de su hija con la de Cayetana, pero, al parecer, Jimmy renunció. “Todavía quedan clases”, ha pasado a la historia como una de las frases que el duque podría haber pronunciado. Sin embargo, aceptó que se pusieran de largo junto a su hija Pilar Miura, hija del famoso ganadero, y Pilar Ybarra, hija del conocido naviero que recaló con dos barcos en el Guadalquivir para que se pudieran hospedar allí los más de dos mil invitados. Entre los numerosos asistentes que disfrutaron de la cena, amenizada con espectáculos flamencos, se encontraban: el embajador de Argentina, la embajadora de Brasil; el general Miguel Ponte; Isabel Pascual de Pobil, la mujer de Nicolás Franco, embajador de España en Portugal; Blanca de Borbón, condesa de Velayos; María Belén de Arteaga y Falguera, marquesa de Laula, así como el exministro Ramón Serrano-Súñer y su mujer, Zita Polo, cuñados de Francisco Franco. También los condes de Teba, de La Maza… y el torero Pepe Luis Vázquez, antiguo novio de la duquesa, que sorprendió al aparecer vestido de corto, con una camisa bordada y botonadura de oro.

united kingdom october 16 the duchess of don luis martinez montoro and in london in 1947 photo by keystone francegamma keystone via getty images
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Londres, 1947

La fiesta comenzó a las diez de la noche y fue servida por más de seiscientos camareros, mientras actuaban varias orquestas. El propio Perico Chicote, famoso por su local en la Gran Vía de Madrid, servía las copas. El baile a ritmo de vals fue abierto a media noche por la duquesa y su padre, al que se unieron más tarde los Ybarra y Miura con sus hijas. El festejo duró hasta la mañana siguiente. Al amanecer, se sirvieron churros con chocolate y la comida sobrante fue repartida entre los niños necesitados.

Los regalos que más emocionaron a Cayetana fueron los del pueblo sevillano. La Macarena la obsequió con un estandarte antiguo y los colonos de Aljarafe, la obsequiaron con un mantón de Manila, una peineta de Carey y una mantilla que utilizaría esa misma noche. Antes de la gran fiesta, se organizó una corrida goyesca, con el novillero Rafael Ortega, convertido más tarde en uno de los toreros más importantes de la época. Jacobo Alba entregó al alcalde de la ciudad, Miguel Ybarra, una generosa cantidad para que lo dedicase a obras benéficas. Ese mismo año, Cayetana fue elegida como reina de los Juegos Florales. José Marían Pemán, que bautizó a Lola Flores como “torbellino de colores”, le dedicó unas sentidas palabras: “Ahí viene Cayetana que, en los labios de cualquier pilluelo, anuncia la aparición de la duquesita de Montoro, última rama frágil de ese tronco recio, con sus ojos todavía asombrados y matinales frente al mundo”. Por cierto, ¿Qué diría Pemán de las Kardashian?